jueves, 17 de mayo de 2007

Bellydance

¡Lo conseguí! Tras largos meses de espera, lo tengo en mis manos. Directo desde California. Lo he apretado con emoción y me ha faltado tiempo para romper el precinto y contemplar la flamante cubierta… El fantástico DVD donde las esculturales mellizas Veena y Neena me enseñarán ese místico y sensual arte llamado bellydance o, en palabras corrientes, danza del vientre.

He hecho las faenas de casa a toda prisa, en versión “abreviada”, como digo yo, o “fregado de gatos”, como dice mi madre. Ah, menos mal que los niños comen en el colegio y que mi maridito no llega hasta mediodía… Las mañanas son mis horas. Por fin, después de dejar la comida lista en el microondas, he puesto la lavadora en marcha y me he lanzado a disfrutar de ese tiempo, sólo para mí.

Pero mi primera clase de bellydance requería su preparación. Me he vestido para la ocasión… Hay que dejar la barriga al descubierto y marcar caderas. De manera que me he puesto mi viejo bikini de tiritas, aquel que se me destiñó con lejía y que nunca me pongo –no sé por qué no lo tiré, apenas sujeta nada… y mi pareo naranja de flecos anudado a la cadera. Melena suelta, una diadema de punto y lista. He embutido el CD en el aparato y le he dado al play…

¡Ah, pero aún faltaba algo! El espejo. No puedo hacer gimnasia sin mirarme. Tengo que verme, para comprobar que mis movimientos son correctos… Así que he pensado unos instantes. Mientras por la pantalla iban desfilando las letritas del “Prohibida la reproducción de este DVD…” he corrido al guardarropa. Ni corta ni perezosa, he abierto nuestro monumental armario ropero y he descolgado de sus clavos el espejo de dos metros de la puerta. Con cuidado, con cuidado… Lo he llevado hasta el comedor, donde lo he apoyado en la librería, junto al televisor. Así podré ver el video y a mí misma, a la vez… Para que el espejo no se deslizara hacia el suelo, no se me ha ocurrido nada mejor que falcarlo –si es que se puede decir así- con uno de los cojines del sofá. ¡Ahora sí!

Las letras se han ido desplazando. “Consulte siempre con su doctor antes de emprender un programa de ejercicios físicos… “ Bah, qué rollo. A ver, ahora sí que comienza el video. Un paisaje marino, el anuncio de la empresa editora…

¡Blaaamm! El espejo, poco conforme con su nuevo emplazamiento, se ha ido deslizando sin que me diera cuenta. Un poco más y me da un infarto. ¡Santo Cielo! Sólo faltaría que… ¡No! ¡No se ha roto de milagro! Ha sido la alfombra, que ha amortiguado el golpe. Ufff… Aún temblando, lo he vuelto a poner en pie y, esta vez, lo he asegurado bien con dos sillas. Justo cuando la sesión de danza daba comienzo.

Un escenario magnífico: salón suntuoso con cortinajes rojos, iluminado con velas. Y las dos gemelas Veena y Neena, con voz dulce, te saludan al unísono. “Hola, soy Veena”. “Y yo Neena”. “¡Bienvenida a la danza del vientre!” ¡Qué monas! La verdad es que son guapísimas, llevan un maquillaje de cine y lucen unas melenas negras perfectas, de esas que no se despeinan ni con un huracán. Cuando he visto sus redondas y sensuales barriguitas, tan parecidas a la mía propia, me he comenzado a sentir de buen humor. Vale. No son dos escuálidas maniquíes de talla imposible, ni tampoco esas estrellas del fitness, pura fibra y con más músculos que Silvester Stallone en Rambo. Mujeres reales, como debe ser. Con sus curvas y sus formas. Claro, no podía ser de otra forma. Para mover el vientre… ¡hay que tenerlo!

La clase ha empezado. Al principio, todo ha ido como la seda. Suaves estiramientos, rotaciones de cuello y brazos… La parte superior del cuerpo, ¡perfecta! He seguido los movimientos con facilidad, incluso inventándome mis propios ritmos. Brazos de egipcio, brazos de genio, la pose de Aladino… Ah, qué bienestar, abrir los brazos como alas, y dejarlos caer suavemente, con movimientos gráciles y sinuosos. Estupendo.

Lo malo ha empezado con los “push-ups” de tronco y cintura. Ahí ha empezado a torcerse la cosa. De pronto, mi cuerpo se ha vuelto rígido como un poste, y he sudado tinta mientras intentaba levantar el pecho sin levantar los hombros, y tirar la cintura hacia adelante y hacia atrás sin mover las caderas… ¿Cómo coño se hace eso? ¡Es imposible! Y mientras las gemelas Veena y Neena ondulaban graciosamente sus cuerpos sin perder su sonrisa de anuncio de dentífrico, he gruñido y he forcejeado conmigo misma intentando movilizar mis anquilosadas vértebras y mi abdomen, sin conseguir otra cosa que torpes respingos, dignos de un robot oxidado. Me he mirado al espejo y ha sido peor. Yo también enseño los dientes, pero mi rostro no luce una plácida sonrisa, sino una mueca de rabia contenida. “Relájate…”, suena la voz dulce del video, “Suelta tu cuerpo, siente como se ondula…” Sí, eso es. Relájate. ¿Cómo demonios voy a relajarme? “Describe un cuadrado: adelante, arriba, atrás, abajo…“ Sí, un cuadrado. Arriba, atrás, adelante… ¡Mierda, me equivoqué! Estoy sudando como una cerda… Ufff. A ver, el cuadrado… “Y ahora, redondea las esquinas…”. ¡Sí, vamos, la cuadratura del círculo! ¡Esto es el colmo!

Cuando ya desesperaba, mis encantadoras profesoras han decidido cambiar el ejercicio. Menos mal. “Ahora, un movimiento básico: círculos de caderas…” Ah, por fin. Esto ya se parece más a la idea que yo tenía de la danza del vientre. Eso sí se me da mejor… Y he vuelto a sonreír al espejo mientras mi cuerpo rotaba. “Este es uno de los movimientos más místicos…” siguen mis monitoras. ¿Místico?, pienso yo. Bueno, si por místico entienden voluptuoso, pues sí… quizás sí. “Y ahora, combinaremos caderas con los brazos, así”. Vale, vale. Ahora parece más divertido. Mmmm, esta parte me gusta más.

Por fin, hemos llegado a los pasos de baile. Pie adelante, pie atrás. Ah, ¡qué fácil! Es mucho más complicado el aeróbic… Parece un mambo. Me he entusiasmado tanto que hasta he comenzado a “añadir brazos”.

Pero, nena, desengáñate, que eso sólo es el comienzo. Ahora vienen las vueltas. ¡Agggh! Ahora sí que me he hecho un lío. ¿Cómo seguir el ejercicio y a la vez mirar a las monitoras, si tengo que girar? Me he liado, me he liado de tal manera, que un poco más y acabo en el suelo, enredada entre mis piernas y el pareo.

Después de esto, mis deliciosas profesoras, sin dejar de sonreír de oreja a oreja, me han invitado a ensayar los “drop” o caída de cadera. ¡Mejor no lo cuento! Otra vez me he sentido como un saco de carnes fláccidas. No puedo controlar mi propio cuerpo… "Estos son nuestros movimientos favoritos", dice Neena, "Y quizás los tuyos también" ¿Tendrá guasa la niña? ¿Los míos? Grrrrrr.

Ahora bien, el clímax ha llegado con los shimmies de cadera. Los shimmies, por si no lo sabéis, son esos movimientos rápidos y sucesivos que hacen temblar el abdomen y todo el cuerpo como las hojas estremecidas por la brisa… Aunque mis shimmies, si he de ser fiel a la verdad, más parecían producto de una descarga eléctrica. “Si no te sale bien, hazlos más despacio”, dicen mis teachers, “comienza a un ritmo lento, y ve acelerando hasta que sientas todo tu cuerpo vibrar…” Sí, qué bonito. Mi cuerpo no vibra, no. Mi cuerpo se agita como un pulpo en un garaje y, si intento moverme más lentamente, no consigo otra cosa que dar bruscos culazos a un lado y a otro. ¿Y dicen que esto es fácil???

Por fin, llegamos a la coreografía. “Ahora combinaremos todos los pasos y podrás aprender este baile”. ¡Menos mal que lo han repetido cuatro veces! Al final, hasta me ha parecido que comenzaba a cogerle el truquillo… Salvo por los shimmies, que me he acabado saltando a la torera, y que he substituido por varios ampulosos giros de cadera. Eso sí que me sale bien. Y los brazos de egipcio… Genial. “Y acabas posando”, puntualiza Veena, con su sonrisa radiante. Qué bonito. Ah, ahora sí que he conseguido una buena pose… Bueno, chica. Pronto dominarás esto…

“Sigue practicando con nosotras, ¡y descubrirás la odalisca que hay en ti!”.

¡Vaya final! Y, de pronto, mi sonrisa se ha congelado y me he quedado de piedra, con una mano en alto y la otra sobre mi cadera, mirando al espejo como una estúpida.

–¡Hola, cariño!
Oh, Dios. Él. Ha entrado sin que me diera cuenta… ¿Cuánto tiempo hace que me observa?
–¡Qué susto me has dado! ¿Llevas mucho rato ahí?
– Sólo un poquito –sonríe con la mejor de sus sonrisas, tan cándido–. ¿Qué haces?
– Pues, mira… – como si no lo supiera, el muy capullo–. Es el DVD que encargué. ¿Te acuerdas? Aquel de la danza del vientre…
– Mmm. Vaya, lo haces muy bien.
–¡Mentiroso! –me río nerviosamente–. No es verdad. Lo hago fatal. Es… es más difícil de lo que crees.
– Bueno… quizás sí. Ahora que lo dices, parece que hacías algo raro con las caderas.
¡Maldita sea! Me pilló intentando los shimmies.
– Es el primer día –le he respondido, seca. La sonrisa se ha borrado de mi rostro.
– Bueno, cariño. No sufras. Ya verás cómo aprenderás pronto… Estás estupenda.
–¿Sí? –ahora he sentido rabia–. ¡No! No es verdad. Estoy hecha una facha. Deja de mirarme así.
– Así… ¿cómo? –a veces es para matarlo. ¡A él todo le parece divertido!
– Olvídalo. La comida está en el micro. Voy a cambiarme.
Él me ha detenido, cogiéndome por la cintura.
– Espera, no corras tanto. Dame un beso.
Mierda. Mierda, mierda… cuando empieza así no hay quien se resista. Lo he besado, de mala gana. Él no me ha soltado los labios hasta pasados unos buenos diez segundos. Maldita sea. ¿Cómo me voy a enfadar?
– No me apetece comer ahora –ha dicho él, sonriendo avieso-. Vamos a hacer otra cosa…
– Estoy hecha un asco. Huelo mal –he intentado protestar.
– Mmmm, ya sabes que a mí tu olor me gusta, siempre.
Claro que lo sé. Me he librado de él con un limpio codazo con swing, al puro estilo “egipcio”.
– No sé cómo te puedo gustar así.
– Estás más buena que esas dos del video.
–¿Quéeeee? ¡Estás loco! Mira qué tipazos tienen. Mira qué pelo, qué cara…
– Tú estás más delgada que ellas –ha contestado él, y me ha vuelto a coger de la cintura-. Y seguro que ellas no tienen el culo tan bonito como tú.
Y mientras lo ha dicho, me ha estrujado bien las nalgas con sus manazas. Ah, los hombres siempre piensan en lo mismo… Hace veinte años que mi opinión en este sentido no ha cambiado un ápice. ¿Por qué a ellos les gustan tanto las curvas y las redondeces?
– Pues a mí no me gusta –he contestado, con voz de niña malhumorada.
Él no me ha hecho caso, y ha comenzado sus peculiares push-ups de cadera contra mí, mientras me arrastraba al dormitorio. ¡Quién puede resistirse a esto!

Cuando, más tarde, nos hemos liado sobre las sábanas, él ha dejado ir la pregunta, entre beso y beso.
– Oye, cariño… ¿Qué quiere decir eso de “la odalisca” que llevas dentro?
Me he mordido los labios, para ocultar mi risa y mi rabia a la vez. Ah, esa es una de las desventajas de estar casada con uno de ciencias: su apabullante riqueza de vocabulario.
–¿No sabes lo que es una odalisca?
– No sé… Suena a basilisco.
Ahora sí que lo he mirado con furia. ¡Qué cateto! Él debe haber notado algo, porque me ha espetado, burlón:
– Por la cara que pones, diría que no ando lejos…
Me he reído. Me he reído para no llorar. O quizás para no enfadarme. Me he reído y me he lanzado a su cuello, como una hiena. Nada de movimientos suaves y circulares. En picado.

Y entonces, sí. Con el fuego en las ingles, vientre contra vientre, la coreografía ha salido perfecta.

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