domingo, 10 de diciembre de 2006

Virgen

Amanecía. El rayo de luz hendió la suave penumbra de cal y adobe y se posó sobre su cabello. Ella se arrodilló.

Abrió las manos y cerró los ojos ante el ventanuco estrecho, por donde el cielo asomaba con su retazo azul. Respiró hondo. Cada mañana Dios la saludaba así, con su beso de sol sobre la frente. Pero aquel día había algo más.

Sintió el soplo a su lado, y un susurro al oído la estremeció. Abrió los ojos y se volvió.

- ¿Quién eres?
- Soy la voz de Dios.

Leve temor la hizo temblar. Dios sólo hablaba a los santos y a los profetas. Al menos, con palabras. Ella tan sólo necesitaba adivinarlo en el Sol.

Miró de nuevo a su lado. Hermosa y cálida presencia, susurrante. Dulce como el perfume de las flores de almendro.

- ¿Por qué vienes a mí?
- Porque Dios se ha enamorado de ti. Te ama, tan locamente, que quiere venir a alojarse en ti.
- ¿En mí...? ¿Por qué en mí?

La sonrisa la turbó.

- Porque eres pura como la hierba tierna sin hollar; porque eres transparente como el agua de un manantial; porque eres nueva y audaz como la aurora.

¿Qué podía decir? A ella le bastaba con amarlo, sin esperar más.

- Soy sólo una pobre muchacha.
- Pero él te ama. Y quiere hacer de ti su hogar.
- ¿Qué puedo ofrecer a mi Señor? Nada tengo...
- Y nada necesitas. Pero tu corazón está entero. Desnudo y vacío, como un santuario sin velo. Y te quiere así, toda para él.
- Mi santuario es un desierto… ¿cómo puede desearlo?
- Él inundará tu desierto y lo convertirá en un vergel. Anidará en tu cuerpo y tu piel lo envolverá, como la más rica de las sedas. Tú eres su lirio de Sarón, su rosa de los valles. Y tus arenas florecerán.

Ella abrió las manos, de nuevo. Y el rubor del alba cubrió sus mejillas. Ahora él estaba delante. El rayo de sol atravesaba su cuerpo iridiscente. Extendió sus manos. Y sus dedos de luz se posaron en ella.

- Llevas dentro de ti una semilla, que crecerá y se hará hombre. Desde este instante, toda la raza humana será estirpe de Dios.

Ella levantó los ojos. Y el cielo se prendió en ellos.

- Tú serás su amada. Él será tu gozo y tú lo colmarás de placer. Porque en ti ha encontrado su paraíso.

El aliento de Dios sopló entre sus cabellos y se deslizó sobre su piel. Miró a su alrededor. Silencio entre las cuatro paredes de toba. Estaba sola. Y se llevó las manos al vientre liso de doncella.

No estaba sola. La simiente minúscula llameaba, palpitando en sus entrañas.

1 comentario:

Juan dijo...

¡Es la más maravillosa narración de la Anunciación que he leído en mi vida! Si la Biblia lo contase así, de esta manera tan poética, sus lectores se multiplicarían por cientos de miles.
Es un placer leer tus textos, tan variados y originales.Tan bien escritos, que haces sentir lo que sientes al escribirlos. Llegas al corazón del lector.
Te felicito, escritora, y te agradezco que compartas tus obras.
Saludos cordiales.