sábado, 9 de diciembre de 2006

Píramo y Tisbe

Ella era joven y virgen. Cuerpo de gacela y cabellos de seda. El era joven e impetuoso. Como un potro de la estepa. La noche anidaba en los ojos de ambos y la aurora encendía sus mejillas.

Vivían en la misma ciudad, enorme laberinto de adobe y de piedra. En dos mansiones adosadas. Tan sólo un muro los separaba. Un grueso muro, de barro y de sangre. Sus familias eran atávicos rivales desde generaciones.

Un día se encontraron. Él salía de su casa, lanza en mano, para ejercitarse con los jóvenes guerreros. Ella salía a la fuente, un ánfora reclinada en la curva grácil de su cadera.

Se miraron.
El amor revoloteó entre sus ojos y tendió un lazo entre sus corazones.

Se amaron. En secreto. El fuego es más fuerte que la sangre.

Pero la fuerza de la sangre, furiosa, los quiso envolver con su cepo. Ella fue prometida; él, destinado a combatir lejos. El peso de los ancestros y el orgullo de los vivos quisieron cortar aquel lazo, de un mazazo.

Hicieron un plan. Huirían. En secreto. Allá donde nada pudiera poner riendas a su amor.

Perforaron el muro. Ella traspasó el adobe, y de su alcoba de joven virgen pasó a la cámara del joven amante. Salió sin ser notada, desde la casa enemiga, sumida en alas del sueño. Arropada por la noche sin luna.

El debía esperarla, en el hontanar de las afueras. Aguardaba oculto en el bosque. Arropado en la noche sin luna.

Ella llegó a la fuente. El agua fluyendo lloraba su elegía de cristal. Los grillos la coreaban. De pronto, se hizo el silencio.

¿Era él? No, aún no era. Ella se volvió, alarmada. Sisear de hojas en la maleza inquieta. Leve crujido de pisadas sobre la hierba. La vio a la luz de las estrellas. Negra, sinuosa, acechante. Pelaje de seda y ojos lucientes. La pantera.

La fuerza de la mirada. El amor llameaba en sus ojos y tensó su cuerpo de joven gacela. Se miraron. La fiera y la virgen.

Ella saltó, como ágil corza. Huyó por el bosque, sin dejar rastro. La fiera volvió sobre sus pasos.

Ella huyó. ¿Sin dejar rastro? ¡No! Su largo velo, mariposa de seda, quedó prendido en las matas.

Él llegó a la fuente, esperando a su amada. Y escuchó el canto triste del agua mientras aguardaba. Pasó el tiempo.

Con el corazón oprimido, rastreó el claro. ¿Dónde estaba su amada? Podía aspirar su presencia, pero no estaba. Entonces lo vio.

El velo. Revoloteando como ave cautiva. Y al momento escuchó. Pasos sigilosos, sombra fugaz. Los ojos luminosos, acechantes. La pantera.

Asió el velo atrapado. Con el corazón rasgado. Y gritó. El dolor rompió la noche.

Empuñó su corta espada y la blandió. El hierro frío se hundió en el corazón ardiente.

Ella llegó más tarde. Acudió al alarido roto, con el alma en vilo. Y lo vio.

Tendido sobre la hierba, el cuerpo amado, empapado de amor y de sangre. El corazón abierto, sangrante.

Y gritó. No quiero quedarme, ¡no! Iré contigo.

Tomó la espada manchada y la blandió. Y una fontana de sangre brotó de su pecho blanco.

Y mientras la sangre manaba, dos cuerpos se entrelazaban. Y dos espíritus libres volaban hacia las estrellas.

2 comentarios:

Ángel Vela dijo...

Buenas compañera :)

Pues aquí que pasé para ha echar un vistazo, y me encontré con este texto que en su tiempo me gusto tanto.

Un beso, nos leemos

PD: Te mando un correillo para comentarte algunas :)

Montse de Paz dijo...

Palabras, qué grata sorpresa verte por aquí... Me alegro que te haya gustado mi "remake" de ese mito tan antiguo. Ya me comentarás. ¡Ando perdida de los foros!

Un abrazo,

Eli