lunes, 20 de octubre de 2008

Sin adjetivos

Érase una vez un escritor al que sus mentores habían insistido con ferocidad que jamás debía abusar de los adjetivos. Su obsesión por librarse de estas palabras fue tal, que se propuso prescindir de ellas para siempre. Tras años de esfuerzo y trabajo, logró publicar una novela de más de quinientas páginas sin emplear un adjetivo.

Para su sorpresa y deleite, la novela obtuvo la aclamación no sólo de la crítica, sino de los lectores. En la cúspide de la fama, el escritor decidió emprender una cruzada para erradicar del mundo de las letras aquellas palabras contra las que había combatido sin cuartel. Se introdujo en los círculos de escritores y comenzó a participar en debates y tertulias sobre literatura, desafiando a los autores de mayor reputación. Así, poco a poco, logró implantar una tendencia que hizo estragos. La competencia entre escritores se redujo, pues autores sin cuento decidieron renunciar a escribir, ¡les era imposible hacerlo sin echar mano de los adjetivos! A medida que se diezmaba la competencia, el escritor veía acrecentarse su fama y su autoridad. Los libros publicados eran cada vez menos, los escritores que lograban aproximarse al estilo “sin adjetivos” gozaban del favor del público y de los críticos y se convirtieron en una élite. La prensa redujo el volumen de sus publicaciones, al transmitir noticias y opiniones evitando la adjetivación hasta extremos que nadie había imaginado.

Entonces el escritor decidió dar un paso más y se propuso eliminar la adjetivación también del lenguaje oral. Esta tarea resultó un fracaso, pues no se pudo evitar que las gentes continuaran empleando aquellas palabras que, con frecuencia, constituían la médula de la conversación. Pero sí logró que hablar sin adjetivos comenzara a imponerse como una moda entre las clases de mayor influencia, hasta el punto de convertirse en señal de distinción, intelectualidad y educación.

Convertido en una celebridad, el escritor fue entrevistado en televisión. La presentadora, esforzándose por evitar aquellas palabras que sabía mortificaban a su invitado, le preguntó cómo se sentía tras haber logrado cambiar el lenguaje del mundo, desnudándolo de adjetivos e imponiendo una forma de escribir sin precedentes.

Se produjo un silencio. Todos en el plató esperaban una respuesta que revelara el ingenio del escritor o su mordacidad. O algo así como “He alcanzado la meta de mi vida”… Pero el hombre se arrellanó en el sillón de brazos, suspiró y sonrió con suficiencia, paseando la mirada a su alrededor. Por fin respondió.

―Ah… Es, sencillamente… ¡maravilloso!

2 comentarios:

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